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Sin dejar de insistir en el irrenunciable reclamo por la soberanía de las islas, el gobierno nacional ve viable una nueva relación bilateral con Gran Bretaña
Después del breve encuentro entre el presidente Mauricio Macri y el primer ministro británico, David Cameron, en Davos, el gobierno argentino parece estar dando cuenta de un cambio de actitud respecto de la relación con Gran Bretaña, sin por ello dejar de insistir en el permanente e irrenunciable reclamo argentino de soberanía sobre las islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur.
Hablamos de formas y no de fondo. De aquí en más habrá una agenda bilateral normal, con los temas de interés para ambos países, incluyendo la cuestión de las islas del Atlántico Sur y su proyección antártica, al tiempo que se creó una subsecretaría especial para el Atlántico Sur. La diplomacia tendrá una nueva oportunidad cuando se cumple ya medio siglo de la resolución 2065 de las Naciones Unidas, que reconoció la existencia del conflicto e invitó a las partes a dirimirlo mediante conversaciones.
Desde entonces, los británicos, particularmente en el período entre 1966 y 1982, examinaron algunas alternativas de solución hoy ampliamente conocidas, como la de un condominio entre ambas naciones, idea que data de 1974, o la de la cesión de soberanía a nuestro país, aunque con retroarriendo, de modo que la solución final no fuese abrupta sino gradual en el tiempo, de comienzos de la década del 80.
Se buscaba, en el tiempo, poder edificar serenamente un verdadero espíritu de cooperación entre todos los involucrados, como efectivamente sucedió en la década del 70, durante la cual nuestro país construyó el aeropuerto local; el Hospital Británico de Buenos Aires fue puesto a disposición de la población de las islas, a la que también se le ofreció la posibilidad de becas para quienes quisieran estudiar en Buenos Aires, y se convino usar un documento de tránsito que eximiera a los isleños de trámites en el momento de ingresar o salir de nuestro país. En sólo tres años, unas 1600 personas aprovecharon esas facilidades y la relación bilateral comenzó, paso a paso, a derretir el hielo de la distancia.
Tras ese período, vino la guerra de 1982, seguida de una política nacional de corte arrogante, de dureza e inflexibilidad en la relación, de presiones y choques de todo tipo, que se limitó a girar en torno de un solo tema: el de las islas. Sin siquiera darle una chance a la persuasión, que se topó con una actitud desgraciadamente bastante similar en la contraparte, que se negó cerrada y sistemáticamente a considerar nuestros legítimos reclamos y los reiterados llamados a negociar que han sido hechos a los involucrados por parte de la comunidad internacional, poniendo así seriamente en cuestión la buena fe que debe siempre presidir las relaciones entre las naciones.
El colapso de los precios internacionales del petróleo crudo ha postergado los sueños extremos de quienes creían que en el subsuelo del Atlántico Sur podía haber una nueva Arabia Saudita, lo que presumiblemente ayudará a acercar a todos con el realismo necesario para poder normalizar las relaciones. Permite, además, comenzar una etapa nueva en la que, sin prepotencia, dos naciones que tienen muchos temas en común puedan encararlos conjuntamente y en un marco de serenidad para beneficio de todos, incluso ante el Comité de Descolonización de las Naciones Unidas.
Por lo pronto, las declaraciones efectuadas por la ministra de Relaciones Exteriores, Susana Malcorra, durante una entrevista con LA NACION en el ciclo Conversaciones, dan cuenta de la profundidad del giro que podrían tomar las relaciones entre los dos países, a pesar del conflicto por la soberanía del archipiélago austral. La canciller argentina señaló en esa oportunidad que, más allá de que “hay un tema en el que tenemos una profunda diferencia”, se deben incluir en la agenda bilateral “todos los temas de interés común, de modo tal que no haya nada que bloquee la capacidad de tener ese diálogo”. El planteo demuestra que, sin perder de vista nuestros objetivos, se puede aprovechar el enorme potencial que puede existir en la relación con todos los países, incluida Gran Bretaña.
Fonte: La Nacion
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