Los latinoamericanos se lanzan tras la promesa de eficiencia en el gasto y pluralismo político
Por: Ramiro Pellet Lastra/LA NACION
“Los pobres votaron contra sí mismos.” La queja airada de la izquierda latinoamericana se repite una y otra vez. El latiguillo llega a las redes, la tele, los diarios, con formas distintas pero el mismo tono lastimero. Partidos liberales tomaron el relevo gracias al voto popular, una decisión irracional e inexplicable de un electorado confundido. ¿Por qué los excluidos, los marginados, los olvidados, los condenados de la tierra -dicen con voz dolida- votarían por la derecha, que sólo piensa en cómo los ricos pueden explotar más y mejor a los pobres?
La oposición venezolana domina la Asamblea Nacional, y tiene todas las de ganar en un referéndum contra el presidente Nicolás Maduro, que se las ingenia, con astucia e imaginación, para postergar la votación al infinito y más allá. Hasta el imbatible Evo Morales perdió un referéndum con el que buscaba presentarse a un cuarto mandato. Por no hablar de las victorias de Macri, el peruano Kuczynski y de la llegada de Temer al poder en Brasil, tras la destitución de Dilma, abandonada por casi todos.
Hay varias respuestas a mano entre los especialistas. Quizás porque, ni siquiera en su mejor momento, la izquierda logró encaminar a sus países al desarrollo. Y porque la descripción que suele hacerse de la derecha es una imagen basada en otras épocas, de galera y bastón, y no en la vida real, donde nadie proclama la soberanía absoluta de los mercados en detrimento del Estado, y menos de los más pobres.
“Este péndulo entre izquierda y derecha se da por la crisis del modelo económico de la izquierda. Un modelo proteccionista, de Estado empresarial y políticas clientelistas en base a un excesivo gasto social y al desprecio de las instituciones”, resumió el politólogo peruano Víctor Ponce, cuyo país dirimió las elecciones presidenciales entre dos candidatos de derecha.
Ponce dirige un sitio de opinión liberal llamado curiosamente El Montonero, que está en las antípodas de las connotaciones que ese nombre despierta en la Argentina, donde más bien se lo asocia a las juventudes maravillosas que planeaban atentados. Para él no hay duda de que los gobiernos que abrieron su economía (Chile, Perú, Colombia) sacaron tanta o más gente de la pobreza que las izquierdas que manejaron el poder y dominaron el discurso público. Las mismas izquierdas que, luego del brillo inicial con reactivación del consumo, fueron perdiendo el lustre y el fervor popular que habían generado.
Los gobiernos abiertos en economía lo fueron por igual en política, demostrando una vocación más pluralista que su contracara de la izquierda reciente, que apostó al conocido “vamos por todo”. Por si fuera poco, los países sin una fobia ideológica a los mercados también sufrieron menos que los demás el cimbronazo en sus cuentas e ingresos cuando cayeron los precios de las materias primas que exportaban a granel.
¿Pero de qué se trata en definitiva esta nueva derecha que está tomando el lugar que dejan vacante las izquierdas exacerbadas? ¿Serán también derechas exacerbadas?
“En la derecha tienes líderes pragmáticos como Kuczynski o Macri, incluso (el ex presidente chileno) Sebastián Piñera. Y también tienes a los derechistas más ideológicos, como Álvaro Uribe en Colombia. Los más ideológicos son neoliberales. Los pragmáticos usan las herramientas que más les convienen dadas las circunstancias”, dijo el politólogo chileno Patricio Navia, de la Universidad de Nueva York.
“Naturalmente, sus detractores los caricaturizan como derechistas homogéneos, pero la nueva camada de presidentes de derecha son mucho más pragmáticos -precisó-. De hecho, no cuesta imaginar que muchos de ellos se sienten más cerca de Hillary Clinton en Estados Unidos que de Donald Trump. La derecha latinoamericana vive un renacimiento precisamente porque sus líderes son más moderados y pragmáticos”.
Mezquinos– Tanta caricatura hizo blanco asimismo en la denostada clase media, considerada mezquina y egoísta, porque después de haber crecido como nunca -según el discurso habitual- les dio la espalda a sus salvadores, cual hija malcriada, desagradecida y descarriada. La pregunta es si las clases bajas y medias quieren o no “volver al pasado”, por usar otra conocida expresión.
Para Juan Carlos Hidalgo, del Cato Institute, el humor electoral se desplaza hacia adelante. Y lo que asoma no es tanto una derecha clásica sino una ideología y una práctica de centro. “No hemos visto en América latina por casi 20 años una agenda agresiva de privatizaciones, desregulación y reducción de impuestos como los Chicago Boys del Chile de los setenta -señaló-. La «derecha» moderna no confía ciegamente en la intervención estatal en la economía, pero tampoco apuesta decididamente a los mercados y a la reducción del Estado”.
La promesa es combinar iniciativa empresarial y gasto eficiente, sin forzar privatizaciones y sin dejar a nadie afuera. Pero, como dice Ponce, todos, de izquierda a derecha, fracasaron en el boom exportador en promover servicios de calidad, sistemas de salud, educación o transporte que den igualdad de oportunidades a los más postergados y confianza a las clases medias.
¿Acaso se puede esperar algo más imaginativo de los gobiernos que abrir y cerrar la economía según soplan los vientos? A eso apuestan los ciudadanos de la región.